viernes, 6 de mayo de 2005

"Transobjetividad"

Propost (Prólogo).

¡Lo encontré! ¡Qué suerte, porque es muy interesante! Estaba en una de mis "carpetas negras". Un
viejo artículo de La Nación en Cultura, firmado por Santiago Kovadloff, hablando de los escritores argentinos Ezequiel Martínez Estrada y Héctor Alvarez Murena.

¿Porqué lo traigo? Escuché gente que habla de cómo debemos hacer en Argentina para progresar; leí
las reflexiones de Ens a propósito de Europa; leí también los comentarios del mismo blog (o de su autor) allá hace tiempo acerca de cómo civilizar la Patagonia. Todo eso, algo más, recuerdos de Dostoievski, o del poco conocido Solyenitsyn, por algo de eso que tienen los rusos de insistir siempre con la necesidad de un cambio espiritual para un cambio nacional (y a mí tanto me gusta), etcétera.

Digamos que me gustan las ideas audaces. Las que mucha gente (¿La mayoría? No sé) considera utópicas o imposibles. ¡Si sólo fueramos más fieles a nuestros buenos deseos!

Post.

Nos cuenta Kovadloff que aquellos dos escritores daban un diagnóstico pesimista de la situación de Argentina, allá por los años 1933 y 1954 con sus libros "Radiografía de la Pampa" (Estrada) y "El pecado original de América" (Murena), respectivamente.

Y me gustó mucho lo de Murena que transcribiré. Porque es hora de que redefinamos cuál es el progreso que queremos. ¿Queremos ser del "primer mundo" tal como el "primer mundo" es? ¿No podemos aprovechar el cambio (el que buscamos) para ser algo mejor?

"La impopularidad de sus ideas jamás arredró a Murena. Pero el aislamiento al que por ellas se lo confinó potenció su afición a la soledad y agrió en cierta medida su carácter, propenso de por sí a la suspicacia. Murena detestaba la hipocresía, aun en sus formas más tenues y prefería la sinceridad hasta en aquellos terrenos donde, no sin sensatez, suele considerársela prescindible.

Pregunta a Kovadloff: ¿por qué "no sin sensatez"?

La constante expresividad es el rasgo fuerte de su prosa reflexiva y nada cuesta advertir lo enhebrada que ella está con el fervor dictado por una religiosidad que se despliega más allá del acatamiento o el apego obsecuente a los rituales de cualquier credo. Los místicos cristianos, sus apóstoles y santos, los maestros budistas, taoístas, hinduistas y talmudistas fueron sus interlocutores habituales y se los ve aparecer por doquier: en el registro afortunadamente preservado de las charlas radiales que mantuvo con Girri y Vogelmann, en su ajustadísima poesía y en la sensualidad de su prosa de ideas tanto como en la tensión característica de la mayoría de sus relatos.

En menos de un año se cumplirán los ochenta de su nacimiento (1923) y sólo tenía cincuenta y dos cuando murió (1975). El rechazo que suscitó su palabra empieza a perder espesor. Quien hoy añada a su descubrimiento de El pecado original de América el de sus Ensayos de subversión y las páginas de Homo atomicus le reconocerá, por sobre todo, un poder de penetración en la entraña de la época francamente premonitorio. Si en muchas cosas fue un romántico empedernido y un conservador empecinado, en otras fue posmoderno avant la lettre y como poeta nos ha dejado libros que aguardan la irrupción de lectores actualizados. El cono de sombra que envuelve a la Argentina fue presentido con nitidez por Murena. Empecinándose en preservar una identidad alienada, la Argentina labró su autodestrucción y ello quiere decir la de su pueblo. Murena lo advierte, lo plantea, lo denuncia. Busca una salida con evidente desesperación. Los dictados de su corazón vigilante resultan demasiado teologales como para alentar la toma imprescindible de medidas prácticas.


¿Por qué esto último? Me niego a admitirlo tan rápido. Vean lo que sigue, que es lo mejor de Murena; lo más original, al menos. Y emitan su veredicto.

Murena entiende que lo americano propiamente dicho aún no ha sobrevenido. Caracteriza el horizonte hacia el que debieran dirigirse todas nuestras energías como transobjetividad. Se trata de saber dejar atrás, por inadecuados e impropios de nuestra índole, los desvelos del mundo objetivo, sobre el que la ciencia ejerce su dominio y en el que la tecnología renueva su insaciable sed de novedad. Los Estados Unidos son, para Murena, la manifestación gigantesca y patética del estancamiento espiritual en la objetividad. La transobjetividad, en cambio, sobrevendrá en nuestra América como su señal distintiva a medida que nos abramos a la conjunción de los afanes metafísicos y al llamado de las voces de la religiosidad más profunda que alienta en nuestros pueblos. Ella transformará las relaciones del hombre con el mundo y las situará en un escenario indiferente a la mera instrumentación pragmática de las cosas y a la desenfrenada búsqueda de su rentabilidad. El advenimiento de la transobjetividad será, para Murena, la hazaña americana por excelencia."
Epipost (epílogo).
¡Se acusa de "falta de posibilidad práctica" a tantas ideas! Y con ello pareciera que se busca justificar el vicio de hacer siempre lo mismo. Yo trabajaría para llevar grandes ideas, como la de Murena, a la práctica.

1 comentario:

XavMP dijo...

¡Que lejos estamos de algo parecido a la transobjetividad (aunque me parece algo raro el concepto)!
Lo que sim me gusta es lo del cambio interior que promueve el cambio en el mundo, me recuerda...

Los Evangelios.