viernes, 20 de mayo de 2005

Circuito, capítulo I

Lector viajante conocerá quizás la llamada "Vía Circuito", el ramal del Roca que saliendo de Constitución para Temperley (por elegir un lado) conecta luego esta última con Berazategui, para volver luego a Constitución.

Este circuito esta formado por, digamos, cuatro tramos. El de Consitución-Temperley, ahí empalma con el Haedo-Bosques, desvío Bosques-Berazategui y empalma con Constitución-La Plata para regresar. Por supuesto, este circuito se puede hacer al revés. Y más por supuesto, nadie lo realiza completo de un tirón, no tiene sentido.

El tramo más "peculiar" es el que conecta Temperley con Berazategui, ya que rompe con la uniformidad de los trayectos radiales que caracterizan a nuestra red. Claro, Temperley-Bosques es parte de Haedo-Bosques y más aún, un tramo que llegaba hasta La Plata. Digo yo, un intento de conectar trenes del oeste para llevarlos hasta La Plata sin pasar por Capital, pero eso lo investigaré para otro post. La tónica de este post es otra.

En Bosques está el desvío hacia Berazategui, y esta es la parte que me interesa. Este tramo tiene tres estaciones, Sourigues, Ranelagh y Villa España. Es un tramo en mal estado, al menos hasta hace dos o tres años. Pero como el relato es de mis experiencias, es situación "presente" en él. Y yo lo recorría en general al revés. Desviándome en Berazategui, dejando atrás las chimeneas de la gran cristalería, bajando la velocidad el tren, a los pocos metros aparecía Villa España.

Un parque bastante acondicionado veía la llegada del tren, faroles, bancos, casi un pueblito perdido en el sur (para nosotros los capitalinos no es exagerado decir esto). Villa España no está aislada, sino que es practicamente contunuación urbana de Berazategui. Seguido, algo sobre Villa España (en la cual nunca bajé, una pena).
"Año 1951, día 31 de diciembre, el año expiraba, atracaba en el puerto de Buenos Aires el vapor "Salta", tra­yendo en sus entrañas 1.500 inmigrantes, una oleada más de seres sufridos, esperanzados, en busca de la América prome­tida donde canalizar sus esfuerzos y forjar un futuro mejor para sus hijos. Entre esos inmigrantes estaban mi madre, cuatro hermanos y yo con mis once años recién cumplidos, abiertos al asombro de la gran ciudad. Desembarco, una cor­ta caminata con nuestras valijas y bolsos a cuestas. Descen­demos por una escalera: "Vamos a viajar en un tren bajo tie­rra", dijo mi padre, conocedor de la ciudad, pues residía en ella hacía tres años. El viaje fue corto, Retiro-Constitución (...) ¿Y ahora qué vendrá?
Descenso, subida de escaleras y de pronto ante nuestra vis­ta el hall central de la estación Constitución, amplio, su imponente techo abovedado, su reloj central de cinco caras pen­diendo de él, las múltiples entradas y salidas, transitado por cientos de personas apresuradas tratando, como nosotros, de llegar a sus hogares para despedir el año en compañía de sus seres queridos. (...) "Debemos tomar el tren que va a Ranelagh y bajar en Villa España", dijo mi padre. Comencé a recorrer con la vista los nombres de las distintas estaciones que tendríamos que pasar hasta llegar a nuestro destino final: Villa España. Mi vista se fijó en ese nombre. Qué ironía del destino: de España a Villa España. ¿Cómo sería ese pueblo cuyo nombre acababa de conocer? Me cayó simpático, por lo menos tenía algo de la tierra que nos vio nacer. Nos pusimos en marcha hacia el andén de don­de saldría el tren que habría de llevarnos a destino."
(Extraído del diario gratis "La Razón" que se entregaba en el andén de Constitución; artículo escrito por un pasajero del tren, Tarsicio Manuel Fernández, oriundo de Villa España; una de las pocas cosas buenas que tenía ese diario).

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