Los segundos días no son característicos como los primeros o los últimos de un ciclo. Los segundos días tienen un sabor que viene desde el primero; se siguen descubriendo cosas nuevas. Pero la completa novedad empieza a mancharse, empiezan a aparecer los primeros, aunque todavía pequeñísimos, atisbos de “lo de siempre”, “lo de todos los días”.
Sólo la experiencia, medida en cantidad de ciclos vividos, da la tranquilidad de ánimo para enfrentar la desilusión, para saber que después del entusiasmo inicial y los primeros “acostumbramientos”, viene la alegría más asentada, los descubrimientos más profundos.
Quizás esa alegría o esas vivencias no tengan la “vitalidad” de las primeras. Y puede ser, claro. Después de todo, lo que tenemos que hacer aquí en la tierra es aprender a morir, ¿o no? Cuando ya estemos listos para finalizar el último ciclo, o comenzar el más grande de todos, que ya no es ciclo ni tiene tiempo, partiremos hacia la felicidad plena.
Si Dios quiere, que así sea.
Sólo la experiencia, medida en cantidad de ciclos vividos, da la tranquilidad de ánimo para enfrentar la desilusión, para saber que después del entusiasmo inicial y los primeros “acostumbramientos”, viene la alegría más asentada, los descubrimientos más profundos.
Quizás esa alegría o esas vivencias no tengan la “vitalidad” de las primeras. Y puede ser, claro. Después de todo, lo que tenemos que hacer aquí en la tierra es aprender a morir, ¿o no? Cuando ya estemos listos para finalizar el último ciclo, o comenzar el más grande de todos, que ya no es ciclo ni tiene tiempo, partiremos hacia la felicidad plena.
Si Dios quiere, que así sea.
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