De "La moneda falsa":
Kemskoi: Hola, compadre, buenos días... Pero, oye... ¿qué clase de gente son todos estos inquilinos? No estoy contento... me disgusta...
Yacoliev: (Abriendo los brazos). ¿Y qué quiere usted que yo le haga? Tampoco me gustan a mí... Pero hay que vivir... Hay que comer... Hay que vestirse...
Yacoliev: (Abriendo los brazos). ¿Y qué quiere usted que yo le haga? Tampoco me gustan a mí... Pero hay que vivir... Hay que comer... Hay que vestirse...
Como para ejemplificar una situación. Con este ejemplo tengo pie para citar el apartado de "Exégesis de lugares comunes" intitulado "Hay que comer para vivir"(lugar común criticado por el autor).
—Yo no pido otra cosa que comer —dice un pobre diablo—. Aunque la vida no es agradable, necesito llevar algo a la boca. Los perros comen y viven. Los que no tienen la suerte de ser mantenidos por un amo, se alimentan lo mismo con excelentes desperdicios que bastan para su vida de perros. Yo no puedo. Tengo la desgracia de pertenecer a la raza humana y de estar favorecido con una frente sublime que debe alzarse constantemente a los astros. No tengo olfato de perro y la carroña me queda en el estómago. . .
He oído decir que en otros tiempos había un Alimento para los pobres y que los muertos de hambre tenían el recurso de comer a Dios para vivir eternamente. Uno se arrastraba, llorando lágrimas del Paraíso, de una capilla de confesor a una cripta de mártir y de un santuario milagroso a una basílica llena de gloria, por caminos colmados de peregrinos que mendigaban el Cuerpo del Salvador. Este alimento único les bastaba a algunos bienaventurados, cuya languidez tenía el poder de curar todas las languideces y, a veces, de resucitar a los muertos. Todo eso está lejos, terriblemente lejos. . . Hoy, el burgués ha reemplazado a Jesús, ¡y hasta los cerdos retrocederían ante su cuerpo!
He oído decir que en otros tiempos había un Alimento para los pobres y que los muertos de hambre tenían el recurso de comer a Dios para vivir eternamente. Uno se arrastraba, llorando lágrimas del Paraíso, de una capilla de confesor a una cripta de mártir y de un santuario milagroso a una basílica llena de gloria, por caminos colmados de peregrinos que mendigaban el Cuerpo del Salvador. Este alimento único les bastaba a algunos bienaventurados, cuya languidez tenía el poder de curar todas las languideces y, a veces, de resucitar a los muertos. Todo eso está lejos, terriblemente lejos. . . Hoy, el burgués ha reemplazado a Jesús, ¡y hasta los cerdos retrocederían ante su cuerpo!
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