viernes, 18 de marzo de 2005

Revisión (4 bis)

De la respuesta que demos a "esas" preguntas surge la orientación de nuestra vida. ¿Y si nunca nos dedicamos un poco a responderlas? Permítame Juan Pablo II agregar que si nunca nos planteamos esas cosas vamos a estar entonces sin rumbo, sin orientación, como bola sin manija (que se dice por acá).
Quien no las contesta, muere, dice Fabricio con una nota más trágica. Entonces quien no se las hace... ¡no está vivo! Con permiso de Marechal.
Todo esto me llega muy de cerca. Yo soy muy preguntón de aquellas preguntas. Esa actitud es muchas veces criticada. Porque no se le da importancia. Porque no es valorada. Y no es valorada por falta de utilidad (o por acostumbramiento a una vida en base a los impulsos). Son dos formas distintas de no preguntarse, de no pensar. De eso quise hablar en el post "Pensando andaba".
¿Y qué estoy haciendo? ¿Defendiéndome de las críticas de alguien? Es muy probable. Defendiéndome de otros (y del otras veces yo) que me hablan de inutilidad, de que me ponga a "hacer cosas" y dejarme de tanto pensamiento.
Adán Buenosayres también se planteaba algo así (¡bah! Es una forma de verlo, en cierta forma adaptada a lo que yo estoy pensando). ¿Por qué no ser como el abuelo Sebastián y dedicarse de lleno a algo? ¿Por qué no ser como aquel obrero de la curtiembre que se daba por completo a su trabajo y podía después justamente descansar su siesta al sol?
Pero el análisis "Marechaliano" que pretenciosamente me hubiera gustado agregar a este post quedará para otro día ya que me olvidé de traer conmigo el libro (igual les diré que no es un tomo muy "menudito" como para guardarlo en el bolsillo de la camisa).
Así que en mi defensa y como respuesta a los que quieran "utilidad", dejaré estampado un fragmento de Unamuno ("Del sentimiento trágico de la vida...", Cap. 1) que quizás conforme a ambos. Por ahora.
Todo conocimiento tiene una finalidad. Lo de saber para saber no es, dígase lo que se quiera, sino una tétrica petición de principio. Se aprende algo, o para un fin práctico inmediato, o para completar nuestros demás conocimientos. Hasta la doctrina que nos aparezca más teórica, es decir, de menos aplicación inmediata a las necesidades no intelectuales de la vida, responde a una necesidad —que también lo es— intelectual, a una razón de economía en el pensar, a un principio de unidad y continuidad de la conciencia. Pero así como un conocimiento científico tiene su finalidad en los demás conocimientos, la filosofía que uno haya de abrazar tiene otra finalidad extrínseca, se refiere a nuestro destino todo, a nuestra actitud frente a la vida y al universo.
Se pueden hacer varios reparos, pero por ahora digamos que les estoy dando la utilidad que quieren. Pensar para orientar nuestra vida (y no estar a la deriva), pensar para responder las preguntas que la vida nos hace, preguntar para no morir. ¡Flor de utilidad!

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