Mi mamá estaba festejando su cumpleaños cuando tuvo que salir corriendo. No se asusten, no fue ayer, fue hace muchos años. Una pérdida la llevó al sanatorio, embarazada como estaba, y ahí nací yo, al día siguiente. Lindo sanatorio, por cierto, en el barrio de Palermo Elegante (tengo derecho a inventar ese barrio, ¿no han inventado como cinco o seis Palermos ya?). Pero yo soy de Caballito. Me crié en los límites con Almagro y el último toque de horno antes de volar del nido fue en pleno centro del barrio. Dato más, dato menos, ¿a quién le importa? Basta, entonces.
Mi hijo mira ese dibujo animado. El caballero que atraviesa nieves y desiertos, valles y montañas, para llegar al castillo y rescatar a la princesa. Y yo lo miro y pienso que aquí estamos todos, atravesando este mundo para conquistar el otro. Sólo que nosotros somos los rescatados.
¿Qué hice hasta ahora? ¿Cuánto avancé y cuanto me demoré en el camino? ¿Cuánto me falta? ¿Quién lo sabe? Hay que pensarlo. Pero cada día es lo que cuenta y este día debe ser mejor que ayer. Una vez que fuimos perdonados por lo de ayer, debemos dedicarnos a hoy. Cada hoy hace un mañana. Cada hoy puede ser el último, cada hoy decide nuestra suerte final.
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