Una de esos temas queda descubierto desde las primeras palabras, que a título descriptivo dicen: “Terri Schiavo no puede decidir por sí misma qué hacer con su vida”. Esto debe sonar, digamos, obvio para nosotros los cristianos. Nadie puede decidir completamente sobre su vida. Como dice en el inciso 64 de la encíclica "Evangelium Vitae": “(...) el hombre, rechazando u olvidando su relación fundamental con Dios, cree ser criterio y norma de sí mismo y piensa tener el derecho de pedir incluso a la sociedad que le garantice posibilidades y modos de decidir sobre la propia vida en plena y total autonomía”.
Así y todo, hay rasgos de pensamiento profundo. En un caso similar al de Terri pero anterior, sucedió esto: “El caso que sentó precedente en los Estados Unidos fue el de Nancy Cruzan, una joven que entró en estado vegetativo persistente tras un accidente automovilístico en 1983. Sus padres, tras acompañar a su hija durante más de un año, solicitaron a la Corte Suprema de Missouri la autorización para quitarle el tubo de alimentación. El pedido fue denegado, alegando que uno de los intereses del Estado es preservar la vida (...)” Tratando de no ser desconsiderado con el dolor de esos padres, creo que el fundamento de la decisión de la Corte fue valiente. No es falta de sentimientos. Hay que ser valiente para defender la vida. Ojalá uno tuviera ese valor.
Pero volvamos a este caso. Dije que había varias cuestiones superpuestas. Al escribir el post anterior me pregunté: “pero, ¿cuánto sé yo de este caso? ¿No me estaré dejando llevar, sin conocer que lo que están haciendo con esa muchacha es extender su vida sin sentido?” En ese aspecto, la “Evangelium Vitae” es clara. Inciso 65. “De ella [de la Eutanasia] debe distinguirse la decisión de renunciar al llamado « ensañamiento terapéutico », o sea, ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar o, bien, por ser demasiado gravosas para él o su familia. En estas situaciones, cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia « renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares ». Ciertamente existe la obligación moral de curarse y hacerse curar, pero esta obligación se debe valorar según las situaciones concretas; es decir, hay que examinar si los medios terapéuticos a disposición son objetivamente proporcionados a las perspectivas de mejoría. La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante al muerte.”
Es muy interesante. Es una lástima que la doctora Cohen no explicite algunas cosas. Dice: “(...) en una de las instancias judiciales, Terri fue evaluada por cuatro neurólogos, un radiólogo y su médico de cabecera. Aquellos nombrados por los padres de Terri sugirieron que podría mejorar con terapias no probadas, tales como vasodilatadores, pero sin datos objetivos que científicamente avalaran tal terapia”. No se aclara si se aplicaron algunos de esos tratamientos y cuál sería el efecto de ellos. Eso no nos permitiría estimar (o a la persona competente) si se trata de esos medios desproporcionados de los que hablaba la encíclica. Tampoco está claro esto: “El marido de Terri, que, según las leyes del Estado, es quien debe decidir en su lugar, alega que Terri expresó una vez su deseo de ‘no ser mantenida viva con una máquina’”. Pero no está claro si ese mantenerla viva con una máquina es algo que le esté causando algún dolor o sufrimiento excesivo y que no genere expectativas de vida. Lo que sí entendemos, por lo que leímos en otros artículos, es que es un dispositivo de alimentación lo que ella tenía. Y que lo que estaba en disputa es su conexión o desconexión. Ese medio de alimentación no parece ser algo que le cause un sufrimiento que no esté en proporción con sus expectativas de vida.
Para ir cerrando este post, aunque no el tema (o quizás sí), otro fragmento del artículo. “No es la primera vez que se debe tomar una decisión en lugar de un paciente incapacitado para hacerlo y, sin lugar a dudas, esa figura legal, que se conoce por el nombre de ‘juicio sustituto’, da lugar a perplejidades de compleja resolución”. ¿No surgirían menos complejidades si nos ajustáramos a la idea de que nadie decide completamente por la propia vida? Sería poner un criterio “externo” de “validez universal” que prepondere sobre intereses personales. No tendría que haber luchas entre los distintos parientes por decidir sobre la vida de alguien. Claro, esto generaría dificultades en caso de enfermos más conscientes que pidieran por ellos mismos la muerte. Pero sería otro el camino entonces. Y hay ideas para encararlo. Así como se busca evitar el suicidio, se pondrían los esfuerzos de la sociedad en tratar de ayudar al paciente terminal a enfrentar con valor el final de su vida.