domingo, 3 de abril de 2005

Un padre amoroso

Un padre amoroso fue. A la vez firme y compasivo. Y pienso que venció con el amor. A sus adversarios, amándolos. A la muerte, Dios sabe si es así, por los méritos de Cristo.

Fue el Papa durante casi toda mi vida y sus palabras me instruyeron desde que las empecé a escuchar. Recuerdo cuando leía la “Redemptor Hominis” en el colectivo 15 camino a aquel trabajo, encíclica publicada en un viejo fascículo de la Revista Siete Días que encontré archivado por ahí. Recuerdo cuando Mariana me regaló “El Taller del Orfebre”, una de sus novelas de joven. Y releo seguido con fascinación las encíclicas “Evangelium Vitae” y “Fides et Ratio”. Y hay más. Recuerdo el libro “Varón y Mujer, Teología del Cuerpo”, con la recopilación de sus audiencias sobre el tema. No leí todos sus libros ni encíclicas, aunque supe ver fragmentos.

Pero no todo es sabiduría. O es otro tipo de sabiduría. No tengo memoria de lo que se considera oficialmente un gran suceso con su visita por el conflicto con Chile, ni retuve grandes imágenes en su segunda visita a la Argentina, pero sí me emociono cada vez que recuerdo el perdón a la persona que intentó matarlo. Y ese afán por estar con todos, llevar a Jesús al mundo. Viajar y ver a los personajes más influyentes y conflictivos (controvertidos, dicen ahora) o recibir a los protagonistas de las actividades más humanas y disímiles como bailadores de breakdance o corredores de fórmula uno; escucharlos y decirles palabras sobre el servicio, el arte o los deportes.

Recuerdo sus palabras rezando en italiano con el Salmo 27 (26) en el disco que hizo, recuerdo eso que me remarcaba mi hermano: “fijate como lo pronuncia...” O sea, “con qué fe” (eso entiendo yo). Y es emocionante escuchar la voz de Juan Pablo II diciendo:

Il Signore e mía luce e mía salvezza,
di chi avró paura?
Dios le conceda el descanso eterno y brille para él la luz que no tiene fin.

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